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Polis
Capítulo 3: POLIS (en torno al Compromiso)



SUEÑOS DE LUZ

Aquella luz preñada de grisura que se enroscaba al alma
creando para algunos el espanto,
la seducción de la quietud para la mayoría,
el herido silencio para todos,
vuelve hoy con matices de grises diferentes
manteniendo la misma textura, sin embargo.
Nunca sabré si aquella luz era la causa o consecuencia
de nuestra vida sumisa y humillada,
existencia vivida sin otro aliento
que el de una vaga esperanza que la feroz realidad atormentaba.
Todo aquello que ya nos confundía en el pasado
regresa con un disfraz distinto
tratando de seducirnos nuevamente:
¡la sumisión como refugio!
Pero hoy sabemos que basta el brillo de otra luz y un recuerdo que sin piedad nos interrogue, para trazar los ejes del Norte y del Ocaso, de la utopía y de la indignidad, del quebranto y la furia, del límite soportable del dolor (propio y ajeno), para decirnos, simplemente:
¡Basta!
Pues debemos saber que para muchos la lucha continúa todavía.




VÍCTIMAS

Un hombre sentado a horcajadas sobre el puente
contempla -en este frío amanecer-
el agua oscura que discurre perezosa, manso río.
Odia la tierra con la misma intensidad con la que teme al agua.
Toda la noche sentado sobre el puente, esperó
-mirando las hieráticas estrellas-
entender de su miedo y de su odio las razones.
Y gritó finalmente:
¿por qué discurrís mansas, aguas negras, sin dislocar el cauce?
¿Por qué no explota vuestra furia denunciando
el mercadeo inhumano de la sed?
¿Por qué sin rebeldía has permitido, que quienes no te aman,
hayan, ¡oh tierra!,
convertido en yermo paisaje de agravio e injusticia, tu sonrisa?
¿Por qué te dejaste sin resistencia enajenar, si naciste sin dueño,
para servir a los hombres de alimento y cobijo?
Quizás no sepa el hombre sentado sobre el puente
que fustigar a las víctimas nunca nos trajo la esperanza.
La Historia de la tierra y de las aguas es, a la postre,
la historia de la codicia y de la violencia de los hombres.
Ambas pasiones son del odio y del temor fértiles padres.




CIEGA CONFIANZA

Pidieron mi confianza y sin vacilaciones yo la di.
Con ciega reverencia, sin dudar un instante, confié.
No pedí credenciales a quienes predicaban bondades y utopías.
Creí en Europa.
Creí en aquellos que decían construir para todos
un paradigma de igualdad solidaria.
Las ruinas de aquel discurso pueblan hoy campos y ciudades,
las mentes de mis hijos, de los hijos de todos los que sin preguntar
vibrábamos de gozo señalando la estrella,
la suma de todas las estrellas sobre un campo azulado.
Ayer no formulamos las preguntas precisas
y hoy pagamos el precio de nuestra inadvertencia
pues nadie puso diques a tanta desmesura interesada.
¿Habremos aprendido la lección?
La respuesta mañana…
quizás después de otro fracaso.




ESCOMBROS

Tienen los escombros
una arquitectura que agradecen las ratas.
Atravesados por la brisa
gimen su música de orquesta sin atriles.
Hay una copa rota
que conserva el aroma de última cosecha, todavía.
Un anciano enterró
las gafas que llevaba al huir avergonzado de su historia.
!Sutil hipocresía!
Hay un alicatado hortera
que todavía gotea la grasa impertinente de los telediarios.
¡Tanta farsa!
Un inodoro sin cadena
retiene las sentencias que fijaron doctrina.
¡Silencio!
En una abatida chimenea
sobrevive un anuncio:
“se vende Europa por un precio de saldo
sin gastos de hipotecas.”

Una ventana de cristales rotos
acuna una naciente violeta que sonríe.
¡Magnífica memoria!

Ocultándola a ojos inexpertos,
guardan los escombros la última luz del primer día
(aquel en el que fueron concebidos tras la quiebra
de un edificio de cuya solidez nadie dudaba
y que no pudo, sin embargo,
soportar la gravedad de los fantasmas
que hoy colonizan sus recuerdos).
Y es que hasta los escombros
evocan las que fueron también sus horas blancas.




BUITRES EN EL MERCADO (evolución de la codicia)

I
(En el final del siglo XX, por ejemplo)

Un buitre maloliente
es, sin embargo, elegante en lontananza,
cuando robando al aire su energía,
asciende ondulante hasta perderse,
buscando la carroña en la distancia.
Si alguna vez duermen los buitres nadie sabe,
tampoco su cortejo es conocido,
ni si juegan, ni dónde ocultan sus ganancias.
Se sabe, eso sí, que compran sus trajes a medida,
que solamente de otros buitres se acompañan,
que su vuelo es silente,
que es su mirada artera y despiadada,
que presienten la muerte
y comparten la información con su nidada.

Abrió la Bolsa.
Es hora de volar, se hace el silencio,
hay una nueva pieza en lontananza.
Yo los diviso desde mi ventana,
orientada al poniente,
como puntos distantes en un cielo
que antaño fue refugio de palomas,
de mitos, de genios y de santos,
de miradas enamoradas de muchachos,
de nubes gigantescas, de esperanzas.
Hoy ese cielo está ocupado
por ávidos lectores de balances,
por voraces emprendedores de la ruina,
que roban a los vientos su energía
y cuyo hedor se oculta con agua de colonia.


II
(Supongamos que hablamos de la Gran depresión)

Halcones ventajistas ocupan hoy el cielo que habitaban los buitres.
Estos prefieren presas vivas sin despreciar completamente la carroña (¡todo es útil!).
La evolución es consecuencia de laboriosos procesos que marcan la selección de las especies, aseguran, y resulta de inestimable ayuda tener influencia en las alturas, afirman con cinismo.
Imagino que siempre ha sido así, mas yo no lo entendía cuando se dibujaba en mi conciencia la imagen de un mundo compasivo como cima de la felicidad.
¡Inocencia en la que fui criado!




EL PERDÓN Y LA CULPA

Se hace angosto - para tu espíritu quebrantado por la culpa-
ese mar que brumoso en la distancia se adivina.
Y angostos son también estos valles que habitas,
anudados de colinas con hierbas ralas del estío.
Son esquivos también los vientos que los barren
formados, a menudo, de suspiros de aquellos que se duelen
de penas del amor.
De los motivos de tu culpa solo tú podrías dar razón.
Pero patente se hace su profundidad
pues tinta el mar,
los valles
y los vientos
del color de la herida.
Sientes el fuego que crece en ti y que te abrasa.
No es purificador, consume tu esperanza,
pues no marca el camino de la esperada redención.

No lo rechazas, sin embargo,
y te atrae como una nueva gravedad que invita a la quietud.
Sí, peligrosa quietud, refugio de los ritos y consecuencia del dolor.
Dolor por la culpa, dolor por no saber librarte de su peso.

Recorres de estos valles de sombras sus umbrías,
respiras del mar brumoso la calma que lo aquieta
y piensas, con la nostalgia del caído:
¡Cuánta calma aparente!
¡Cuánta verdad ha sido desterrada,
sustituida por esta cambiante irrealidad
que sólo transforma una mentira en otra!
Presientes que también sufren otros, como tú,
penas de desamor,
penas de ausencia,
de compromiso trasgredido.
Paseas junto e ese mar
que se mantiene hermoso en sus contradicciones,
quizás porque ha sabido perdonarse de sus muchos excesos
y ha encontrado caminos antes nunca hollados
para hacerse querer,
para hacerse admirar,
en su belleza y en su utilidad.

Y nace la certeza de que solo el perdón pondrá freno a tu freno,
pues liberado del peso de la culpa, no te convertirás
en flor de nihilismo nuevamente.